DESERTOR DE LA ERA

Tomo prestado el título de una hermosa canción de Víctor Manuel para apuntar por donde van estas líneas. En dicha canción se refleja la huida de las gentes del campo hacia las ciudades. Eran las décadas de los sesenta y setenta cuando las gentes sin tierras, o bien estas eran tan pobres que era muy arduo sacarles fruto, vivían de un jornal sujeto bien  a los ciclos estacionales del campo bien a la discrecionalidad, o arbitrariedad, de los propietarios de extensas fincas. 

En aquellos años la emigración interna traía causa de la secular penuria de los jornaleros. Buscaban en la ciudad una seguridad que les negaba la agricultura y la ganadería únicas formas de vida en el ámbito rural. Con ellos arrastraban a sus hijos con el ánimo de proporcionarles una ventana de esperanza que les permitiera formarse y prosperar.

En muchos casos así fue.  Con esfuerzo y una austera gestión de los recursos consiguieron hacerse un sitio en la gran ciudad. Una generación de jóvenes, que habían tenido una infancia llena de carencias, se aplicó a estudiar, o a aprender un oficio,  que les habilitara para ser “hombres de provecho”. Al menos así se decía en mi tierra.

Han pasado los años y las cosas han cambiado drásticamente. Ahora no emigran los “sin tierra”. Actualmente no se emigra. Directamente se abandona la tierra y lo hacen los propietarios, los titulares de explotaciones agrarias. Las causas son varias. La falta de relevo ocasionada por los nulos incentivos que tiene vivir del campo. La poca rentabilidad que ofrece trabajar de sol a sol para simplemente poder subsistir. Las omnipresentes, y a veces odiosas, normas que estrangulan la actividad agraria y ganadera. La competencia desleal de terceros países que con la anuencia de la UE revientan  a la baja los precios. Expertos hay que añadirán alguna causa más. En cualquier caso estas  por si solas ya justifican el éxodo.

He sido un ferviente admirador de la UE y estoy dispuesto a admitir que sin ella España no hubiera alcanzado el grado de desarrollo que tiene actualmente. La cobertura de legalidad de nuestros derechos y de nuestra democracia tampoco hubiera sido la misma. Dicho esto he de reconocer que últimamente he sufrido alguna que otra puntual  desilusión. Una de las más persistentes ha sido la de la Política Agraria Común (PAC).

Corríjanme si me equivoco pero la PAC, a la que se destinaba inicialmente el 73.2% del presupuesto de la UE,  en estos momentos no llega al 25%,  se creó para que Europa, entre otras cosas como fijar la  población en el entorno rural,   fuera autosuficiente para alimentar a su población. Este loable propósito ha ido desapareciendo del horizonte comunitario, dejándolo en manos de países extracomunitarios que son exonerados de cumplir las drásticas normas que a los de aquí le son exigidas puntualmente.

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Por favor solo presten atención a la línea roja. Esa línea es la que refleja el porcentaje del presupuesto de la PAC con respecto al presupuesto total de la UE. El descenso es más que evidente.

No puedo creer que la ingenuidad de los europeos llegue al  extremo  de pensar que cuando vengan mal dadas, que vendrán,  esos países ajenos a la UE, normalmente con menos recursos que nosotros, van a renunciar a sus alimentos más básicos para alimentar a la cosmopolita Europa y a su opulenta población.

La UE se está convirtiendo en una vieja desdentada  incapaz de tomar decisiones que la protejan de sí misma y de los enemigos que la acechan. La senectud ha dejado su mandíbula sin fuerza y la pérdida de incisivos convierte su hipotética  mordedura en un gesto inocuo.  Lo estamos viendo con la cuestión de la defensa. Nos hemos acomodado dejando que otros fueran el núcleo duro de nuestra seguridad. Todo iba bien mientras no había una amenaza cierta. Cuando ha llegado el momento crítico y el peligro se cierne en nuestras fronteras los amigos no lo son tanto como nos creíamos. 

Con la alimentación, cuando lleguen las carencias, sucederá lo mismo y, al igual que la defensa, la agricultura y la ganadería no se improvisan de un día para otro. No es de recibo que se sugiera que en terrenos fértiles no se siembre o incluso que se planten arbustos improductivos con el solo fin de atender a la biodiversidad. Hemos visto arrancar viñedos y sacrificar ganado, en su mayoría productor de leche, para cumplir con la cuota asignada. Las tierras de secano se dejan en barbecho, en aras de una supuesta  regeneración, sin consultar al agricultor que es el primer interesado en la productividad de su explotación.

Los “sin tierra” de antaño nos hemos convertido en consumidores voraces,  compulsivos y las actuales gentes del campo dejan yermas las tierras porque no les es rentable trabajarlas. Aumento de la demanda y disminución de la oferta igual a  escasez y carestía. ¡Da igual mientras yo pueda pagarlo! Yo podré pagarlo ahora pero ¿Y los que no puedan? ¿Y cuando yo tampoco pueda pagarlo? 

 

Imagen 1: Ministerio de Agricultura

  • .Juan Manuel García Sánchez es Licenciado en Derecho.