El cónclave

Todos tenemos recuerdos imborrables de nuestra infancia. En mi caso, uno de ellos es el repicar de las campanas de la parroquia de Calamocha cuando, en junio de 1963, falleció el Papa Juan XXIII. 

Yo no sabía nada sobre la importancia del Papa en la Iglesia, pero bastó observar el ambiente y escuchar algunos comentarios: gran dolor, cariño y respeto, oraciones en los días siguientes por el Papa fallecido y por el que fuera elegido su sucesor en el cónclave como representante de Jesucristo en la tierra.

La práctica religiosa era muy mayoritaria en aquellos años. Ahora es minoritaria en España, aunque nuestra historia y tradiciones llenan nuestra vida cotidiana. Basta que recordemos las procesiones de esta Semana Santa, multitudinarias y fervorosas, para volver a caer en la cuenta que nuestra cultura actual debe mucho al catolicismo. 

El catolicismo no cambia en su contenido esencial con el paso del tiempo ni la mayor o menor práctica religiosa. Aunque siempre ahonda en su aplicación, en su difusión, de acuerdo con los tiempos que toca vivir, los retos de cada momento. Sin rigidez.

Me viene a la cabeza ese recuerdo de la infancia al escribir sobre el fallecimiento del Papa Francisco, 62 años después. Ha cambiado mucho la sociedad, vivimos inmersos en la sociedad de la información, y hemos recibido un aluvión de noticias, retransmisiones y opiniones sobre el Papa fallecido. Yo no me atrevo a valorar su pontificado.

Aquel lejano dolor generalizado por la muerte de Juan XXIII ha tenido ahora unos tintes distintos, algunos por la evolución de la historia, otros por la figura del Papa, y otros porque hoy no existe esa mayoría de católicos practicantes ni con la formación religiosa que tenían nuestros antepasados. Sin perspectiva sobrenatural, es fácil patinar.

Entonces como ahora, si se conoce la grandeza sobrenatural del Papa, se impone el respeto, sean cuales sean las convicciones y prácticas personales. El Papa genera siempre en millones de personas la oración por el Papa difunto y por su sucesor.

Honradamente, y salvando la libertad de expresión -que tiene unos límites-, a los católicos nos han dolido algunas opiniones, tal vez por no calibrar la entraña sobrenatural del Papa, sea quien sea. De paso quiero felicitar  a  “Diario de Teruel” por cómo ha tratado este acontecimiento de alcance mundial, y especialmente la entrevista de Ramón Navarro al cardenal turolense Juan José Omella. El periódico ha estado a la altura todos estos días, y seguro que lo estará en el cónclave.

La palabra "cónclave" proviene del latín medieval "conclave", que significa "habitación cerrada con llave" o "bajo llave". Esta etimología refleja la práctica de encerrar a los cardenales en un lugar aislado para elegir al Papa, asegurando su libre elección sin influencias externas. Este cónclave es el más universal y el más imprevisible.

Solo los hombres rezan. Días de luto y gratitud, como destacó el Obispo en la Misa exequial del pasado sábado. Fe, sencillez, ternura, esperanza, defensa de la vida, cercanía, misericordia, paz, refugiados, alegría: son parte del legado del Papa.

 

Foto RTVE

  • Javier Arnal Agustí es Licenciado en Derecho y periodista.
    Escribe, también, en su web personal.