Tendemos a considerar que los grandes pensadores, los grandes filósofos, son cosa del pasado, que son insuperables, sagrados, eternos…por ejemplo, la ciencia política moderna está basada en gran parte en trabajos y estudios de hace trescientos años, si no más. Quizá ha llegado el momento inaplazable de actualizarlos. Si alguien se siente tentado a considerar esta apreciación como una especie de insolencia, le ruego espere a acabar de leer el texto.
Por ejemplo, tenemos el caso del bueno de Montesquieu (1684-1755), muy influenciado por las ideas de Hobbes, y que llegó a una conclusiones contenidas en su obra “El espíritu de las Leyes”; básicamente un manual básico de estudio de la política desde entonces. Según él, los poderes del estado eran tres: el ejecutivo, el judicial y el legislativo. Lo importante era que funcionaran por separado, dado que su idea más relevante era que nada había más importante que la Ley. Como jurista no puedo menos que compartir su apreciación y respetarla.
Sin embargo, no pasó mucho antes de que alguien consideró que la lista de Montesquieu estaba incompleta, que no sólo existían estos tres poderes, si no que había un cuarto. Esto ocurre en 1787, cuando Edmund Burke, habla en el parlamento escocés por primera vez del poder de la prensa, y lo considera tan relevante que le otorga ese cuarto puesto en el ránking.
Burke también tenía razón. Al fin y al cabo, solo sabemos lo que nos cuentan, porque al fin y al cabo, nadie estaba allí cuando sucedió tal o cual cosa. De ahí la tremenda relevancia de lo que nos informan los medios de comunicación. Sin embargo, en confianza, esto plantea algunas dudas: ¿nos lo cuentan todo?, o quizás, ¿nos cuentan solo lo que quieren contarnos? Esto nos lleva a otra conclusión evidente: quien controla los medios de comunicación, controla la información, ergo, si controla la información, tiene muchos puntos para tener el poder, con mayúsculas.
Muy recientemente, ha existido un intento por descubrir un quinto poder; en este caso estaríamos hablando de las “redes sociales”, supuestamente, tan poderoso como el anterior. Sin embargo, comparemos el poder de internet con los medios tradicionales, la prensa y la televisión y la radio…quizás, a pesar de todo su desenvolvimiento llegamos a la conclusión de que no deja de ser un poder marginal y que por otra parte no deja de estar también controlado por el mismo sistema.
Por otra parte, ¿qué contenidos tienen los medios de comunicación?, nos podemos preguntar…evidentemente los que su dueño quiera. Si a esto sumamos el hecho de que todos los grandes medios de comunicación pertenecen a cuatro corporaciones mundiales... quizá se hace demasiado evidente la conclusión de que si queremos informarnos no podemos recurrir a ellos.
Es cierto, por otra parte, que quien quiere estar hoy día desinformado es porque quiere, pues es muy abundante la cantidad de fuentes a las que puede recurrir. Esto es cierto, pero no minusvaloremos la potencia que tiene cualquier información vertida desde una televisión, desde un periódico, desde una radio…en la mayoría de los casos y para la mayor parte de la población son como verdades del evangelio.
No hace tanto tiempo, un conocido político citó la frase “Montesquieu ha muerto”. Quizá en ese preciso momento nos dimos cuenta, aunque solo fuera inconscientemente, de hasta qué punto llegaba la degradación de nuestra democracia, pues el que le diera por muerto obedecía, evidentemente, más a razones de poder que de justicia; al contrario, era la evidencia de que el abuso se estaba perpetrando…y se adivinaban misteriosos apoyos financieros, una seguridad pasmosa que le permitía romper con aquel centenario contrato social con total tranquilidad suya y espanto del público en general.
Bien, llegados a este punto, quizá nos damos cuenta de que todo el tiempo hemos tenido a un elefante dentro de la habitación; sabíamos que estaba pero todo el mundo fingía no verlo: así es, la relación de poderes sigue incompleta. Nos tenemos que referir al poder, con mayúsculas, a ese que esta en todas partes, y que lo controla todo, al que decide lo que se va a hacer, el que decide quién sale en televisión y quién no, el que decide a quien se tiene que marginar o a quien ensalzar…y no nos referimos, desgraciadamente, al poder divino, si no a uno, nos tememos, más material: el poder financiero. Nadie lo menciona, pero está ahí. Nadie hace referencia a él, pero domina todo. Por ejemplo, ¿Quién ganará las próximas elecciones? Quizás el que más dinero tenga para la campaña...es una respuesta lógica ¿Y a quién deberá la victoria el ganador?, a quien le haya financiado, evidentemente. ¿Qué leyes desarrollará el partido ganador?, las que favorezcan a su mecenas, claro.
Sin embargo, nadie identifica a este poder financiero. No tiene representante, cara, nombre…pero sus movimientos de control los adivinamos en cada esquina, en cada oscura duda que nos asalta, en cada vacío de información, en cada decisión, en cada ocultación, en cada ninguneo.
Quizás va siendo hora de identificarle. Mientras no lo hagamos, los políticos, esos seres en su mayor parte esencialmente “lubricados”, seguirán trabajando en silencio para ellos, en la oscuridad, ocultos, intentando enfrentar a la población con sus disquisiciones de hace trescientos años…mientras ellos consiguen la proeza insuperable de seguir un día más en sus bien retribuidos cargos.
Quizá debiéramos empezar por concretar este poder financiero. Quien lo representa, qué intereses tiene, y si éstos son contradictorios con el interés nacional, con el de los ciudadanos. Es el tipo de situación que necesita de una urgente revisión. Los políticos, nuestros representantes, deben de recuperar su poder perdido, poner coto al poder financiero, controlar la economía, ponerla al servicio de la nación, y en consecuencia, de la persona. Ahí es nada. Mientras tanto, la mayoría “lubricada” de políticos, funcionarán al servicio sólo de estos intereses, servirán solo al mercado, no al hombre con mayúsculas, seguirán despreciando a la persona, estarán a las órdenes de apátridas tahúres tabernarios, (¿alguien conoce a un tal Soros?) explicando, sin creérselas, las bondades de la globalización a un público cada vez más cansado, más harto, más hastiado, provocando la antipolitik, porque, al fin y al cabo, para qué se va a preocupar nadie de unos políticos que no se preocupan por ellos, que no les defienden, que les venden, con todo descaro.