Al finalizar sus estudios en Valencia, el director de la Escuela, don Salustiano Asenjo Arozarena, junto al claustro de profesores acordaron que lo mejor era que continuara su formación en al Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid), para lo que la Diputación de Castellón, presidida por Victorino Fabra, le otorgó una pensión de 2.250 pesetas anuales.
Antes de partir a la capital, el artista pasó el verano en su villa natal, donde realizó el retrato de sus padres. Se trata de dos piezas entrañables pero realistas, sin ninguna concesión al embellecimiento de sus efigies, siendo, como indica Gascó, “real dignidad de unos rostros que revelan la adustez, la bondad y la nobleza de las gentes sencillas, curtidas por las dificultades del cotidiano quehacer. Pocas veces unos cuadros serán tan auténticos y en su autenticidad exentos de afectación amanerada y falsa. Lo que pinta el joven tiricense no es más que la verdad popular en un legítimo documento costumbrista” (I).
También data de este verano la obra Antiguo Ayuntamiento, donada por los hijos del pintor al consistorio de Tírig en 1926. Se trata de un bello intento de paisaje urbano, donde se aprecia el dominio multidisciplinar que poseía en los distintos géneros.
Se conserva una fotografía realizada por el pintor a finales del siglo XIX de este lugar que plasmó con sus pinceles, aunque no se sabe la fecha exacta. Aun así, nada de extraño tendría el que la tomara para realizar esta pintura, pues era un recurso que empleaba de forma habitual para realizar sus composiciones; también tenía costumbre de fotografiar sus obras antes de venderlas, quedando constancia de casi toda su producción.
Durante estos meses trabajo también en La primera lección (1885), lienzo cuyo titular sería la Diputación debido a su condición de pensionado. En ella se plasma como una mujer mayor enseña a un niño. Es una obra influenciada por el realismo social y verista del momento, una pintura costumbrista donde se refleja su gusto por los espacios humildes, a los que otorga una gran dignidad. También en Tírig pintó Ecos del harén y Odalisca. Esta última tiene la peculiaridad de estar firmada con los dos apellidos, cosa que continuará haciendo a lo largo de su carrera; por contra, su producción anterior a esta fecha está rubricada como G. Puig.
En cuanto a las obras en sí, son muestra clara de la influencia de Fortuny, quien junto a Lameyes puso de moda los tipos morunos, como consecuencia, en buena medida, de la Guerra de África. De Ecos del harén conviene remarcar la perfecta ambientación, siendo de destacar el embaldosado de la pared. Su carácter islámico es un buen ejemplo de la arqueología pictórica que caracterizará algunas de las mejores obras del pintor.
Se trata de un trabajo laborioso, en el cual el artista busca elementos concretos que reproducir en su obra que sean contextuales con lo representado, por lo que existe un verdadero ejercicio de documentación. Muestra de ello es una obra conservada en el Museu de Belles Arts de Castelló, Alicatado árabe, el cual parece obvio que su fin era el servir de documento para realizar estas ambientaciones.
En 1886 se traslada a Madrid, antes de comenzar el curso, para dedicarse a recorrer el Prado, estudiando y copiando a los grandes maestros, destacando 4 ejercicios a partir de obras de Goya y otras 6 de Velázquez.
La primera obra que mandó a la Diputación siendo ya estudiante de la Real Academia de San Fernando será El memorialista (1886), obra en que evoca su tierra natal, donde tanto la ropa de la mujer que demanda los servicios del escriba como el manto que cuelga de la silla de este son propias de las comarcas del norte de Castellón.
La siguiente que mandará será Lavandera del Manzanares (1887). La influencia de la pintura de Madrazo y Rosales es patente, algo lógico al pensar que era los artistas más en boga en el panorama nacional. Sin embargo, llama la atención el ver como Puig se decanta tan pronto por los temas costumbristas en vez de históricos, que eran los más apreciados por la crítica especializada, además de ser el género que más premios recibía en las Exposiciones Nacionales. Quizá ello sea una vez más muestra de su carácter humilde, o simplemente los temas costumbristas los sintiese más cercanos y acordes con su propia identidad, prefiriendo mostrar unas realidades por él conocidas desde la niñez por el contrario de los gloriosos y falsados cuadros de historia. Conviene remarcar que jamás se presentó a ningún concurso, con excepción del convocado por Heraldo de Castellón, el cual se abordará más adelante. Sin embargo, esto no nos debe engañar: no fue la falta de talento lo que le llevó a desechar la pintura de historia, sino una decisión de carácter personal; no en balde, su figura es una de las más destacadas dentro del costumbrismo valenciano, siendo esta la escuela más importante del género que tuvo España.
En este periodo madrileño se tienen las primeras noticias de pinturas realizadas con acuarela, técnica donde será considerado todo un maestro; se trata de una exposición colectiva realizada en el Casino de Artesanos de Castellón (siendo uno de los pocos certámenes en los que participó) en el que presentó dos lienzos y dos acuarelas. Seguramente fuese en Madrid donde aprendió esta técnica, como un sistema rápido para tomar escenas del natural.
Tres años y medio pasó en la capital de España antes de partir a Roma, ciudad a la que fue gracias a la intervención del conde de Lucena del Cid y duque de Tetuán, pues al ver el talento de Puig instó a la Corporación Provincial castellonense para que aumentase su pensión hasta las 3.500 pesetas, ampliado sus estudios en la Academia Española romana, residiendo en la capital italiana durante once años.
- Gascó Sidro, Antonio J.; G. Puig Roda, su vida, su obra, Imprès amb motiu del 65 aniversari de la seua mort, Barcelona 1985. p. 37.
Marc Borrás Espinosa es Licenciado en Historia del Arte por la Universidad de València, Master d'Estudis Avançants en Hª. de l'Art de la U. de Barcelona, Investigador del Centre d'Art d'Epoca Moderna de la Universidad de Lleida.