LAS BARRAS ROJAS Y AMARILLAS de la Iglesia

La hondas raíces de la Real Senyera

Ricart García Moya

1 estiguí dotorejant per chicotetes&nbsp;iglesies. N'hiavía molta vellea en tot&nbsp;y, de la foscor dels temps migevals,<br />
sobreixíen grans estandarts en roig&nbsp;y groc, cromatisme adoptat dels&nbsp;pagans per Silvestre I, en el sigle IV." data-entity-type="file" data-entity-uuid="9c21d2fb-564e-4893-b691-81bccdc1280b" height="362" src="/sites/default/files/inline-images/LasBarras_1_R.jpg" width="272" />

En septiembre de este 2019 estuve recorriendo pequeños pueblos casi vacíos entre León y la Sierra de la Demanda. En las iglesias, aparte de joyas de arte, casi todas tenían una o varias banderas de considerable tamaño, entre 5 y 6 metros, con franjas rojas y amarillas, estas últimas de menor anchura. En realidad ya las había visto en otros templos del Norte hacía cuatro décadas, y comprobé que el tiempo no disipaba lo dicho por los aldeanos, pues me repetían que: “Eran banderas de la Iglesia”. Nada más añadían sobre el simbolismo cromático ni el descomunal tamaño ¿Cuáles eran sus raíces? Las mismas que las de la Real Senyera.

Todo se inició en tiempos del emperador Constantino, especialmente tras el Concilio de Nicea en el 325, cuando los cristianos adquieren poder y ocupan progresivamente parcelas de la Administración imperial. El palacio romano que perteneció a Diocleciano y a la familia de los Lateranos lo entregó Constantino al papa Silvestre I, y la basílica se construyó sobre las estancias de la vieja guardia pretoriana. La Iglesia deseaba reinar espiritual y políticamente, con tropas mercenarias que la defenderían de los paganos (la Guardia Suiza actual es una reliquia decorativa). Hasta la nomenclatura militar fue asimilada: “en Roma el diácono que llevaba la cruz delante de la procesión conservó el mismo nombre draconarius que se daba al que llevaba la insignia militar en los ejércitos”(1).

La iconología y nomenclatura imperial fue fagocitada por la Iglesia, incluido el título de Pontifex Maximus de los emperadores, que pasó a designar a los pontífices después de la renuncia de Graciano en el 382. Uno de los símbolos del poder que pasó a la Iglesia fue el conopeum de franjas rojas y amarillas, como vemos en la pintura medieval que representa a Constantino otorgándo tal insignia al papa Silvestre I. En la pintura siguiente, el pontífice luce tiara y cabalga bajo el conopeum. Hacia el año 400 ya eran los paganos los perseguidos, torturados y asesinados por los cristianos, fueran sacerdotes de Apolo en Dydima o los de Afrodita en Cilicia. Convertidos en iglesias los grandes templos paganos del Panteón, Minerva, Fortuna Viril, etc., hubo un tipo de edificio que sería el más adecuado para la liturgia de la triunfante Iglesia: la basílica o “casa real”, construcción que solía ocupar lugares privilegiados en las ciudades. A las cuatro grandes basílicas de Roma se fueron sumando otras que, como distintivo, usaban el antiguo conopeum imperial medio abierto si eran menores, mientras que las grandes basílicas lo tenían desplegado.

Las basílicas construidas fuera de Roma eran consideradas embajadas o espacios inviolables bajo la autoridad del Sumo Pontífice, y el conópeo era el símbolo papal que advertía de un poder que podía excomulgar al que osara mancillarlas. Bien en la basílica menor de Elche o en la de León en México, todas poseían el umbráculo de franjas rojas y amarillas, que recordaba el paso del poder imperial al papal en tiempo de los papas Silvestre y Siricio. Así, en 1921, en la catedral de León en México se celebró un impresionante ceremonial por “la elevación de la Santa Iglesia Catedral de León a la dignidad de Basílica”(2). El cronista recuerda que “las Basílicas Mayores como Menores disfrutan de muchos privilegios, honores... los privilegios y honores que son comunes a todas son los de tener las insignias llamadas Tintinábulo y Conópeo” (Ceremonial, p.12).

De aquellos siglos en que los cristianos incorporaron nomenclatura, insignias y edificios, también adoptaron la vestimenta pagana llegada de Dalmacia. Así, las pinturas de las catacumbas muestran a orantes con la dalmática adornada con dos franjas rojas, que en las de las clases opulentas eran de costosa púrpura: “exornábanla dos anchas franjas de púrpura. Esta franja fue tanto más ancha cuanto mayor fue la categoría del personaje que la llevaba. Los soberanos pontífices en los primeros tiempos del Cristianismo usaron muchas veces la dalmática. Consignáronla en casos especiales a algunos obispos como señal de deferencia , recompensa o íntima fraternidad”(3).

2    3

La enigmática iconología de la Iglesia enlazaba el púrpura imperial con la sangre, el fuego y la grana: “el púrpura representa el fuego... púrpura igual a grana”(4). El propio Jesucristo es representado con franja roja que, por simetría, era doble: “Nuestro Señor, ya solo, ya cuando enseña, se distingue con frecuencia por una franja de púrpura mucha más ancha que la de los Apóstoles”(5). La connotació hebrea de la roja sangre y la Iglesia era conocida: “a Rahab se le dijo que dejara colgada de su ventana la cita de escarlata, la que debía tener en su frente la sangre de Cristo... y esto figuraba la Iglesia que se había de formar y propagar para la conversión de los gentiles”(6). Las referencias a las franjas de púrpura, grana o sangre son numerosísimas y referentes a siglos anteriores a Carlomagno (+ 814), igual que el vexillum de oro y grana, estandarte que la Iglesia permitió usar a ciertos reyes y conquistadores, como Guillermo I de Inglaterra (+1087): “desembarcó con sus hombres en las costas inglesas y, vencedor en la batalla de Hastings (año 1066) se apoderó del reino. El papa Alexandro II favoreció su empresa. Dándole para ella el vexilum S. Petri”(7). El mismo estandarte o vexillum fue otorgado en el 1064 por el pontífice al aventurero Roberto de Hauteville para la conquista normanda de Sicilia. El entramado de la transmisión de insignias del emperador al papa y de éste a distintos monarcas lo simplifiqué en el 
Tratado de la Real Señera (pp. 17 a 43).

45

El llamado conopeum, ombrellino, umbraculum o gonfalón con franjas rojas y amarillas estaba indisolublemente asociado a la basílica, por ser ambos los primeros simbolos del poder eclesial. Hasta tal punto era la simbiosis que la umbella fue conocida como basílica, en una metonimia que ofrece Unamuno al recordar, en 1908, su infancia en Bilbao:

“Otra procesión solemne era la del Corpus... por delante iba Chistu, de casaca roja, tocando su pito y su tamboril, y detrás la procesión. ¡Cosa de ver la basílica! La basílica era una especie de enorme paraguas o tienda de campaña, a fajas rojas y amarillas, conducida por unos hombres que van dentro y precedida de aquel hombre vestido de rojo y tocando el tintinábulo” (Unamuno, M.: Recuerdos de niñez y de mocedad, p.65).

6

La heráldica de los reinos, no la de los monarcas, comenzó a singularizarse en el 1300 y, de esta centuria, tenemos las dos barras rojas sobre tres amarillas del rey de la Corona de Aragón, heráldica que sumó corona sobre azul para la 'Ciudad y Reino de Valencia', que así era la titulación correcta e histórica: reino y ciudad ostentaban la misma simbología. En el siglo XV, las cinco franjas, dos rojas y tres amarillas, aún aparecen como arcaismo en cintas de sellos reales de la Cancillería del rey Juan II (Museo Municipal de Biar, pergamino 28). Las dos barras de la primitiva señera del rey se mantenían incluso en la rama escindida que reinó en Mallorca. Así, Jaume II (+1311), recordaba en sus 'leges realem':

“...de seda amarilla y roja y que formen las armas reales, con cinco fajas, de las cuales tres, es decir, las de fuera y la del medio, sean amarillas y las otras dos intermedias rojas”(8)

El gremio de carpinteros valencianos, en el aislamiento dialectal de los obradores, conservó una expresión transmitida de maestro a discípulo a través de los siglos. Generalmente, las frases hechas, modismos o locuciones muestran dificultad de interpretación o presentan aparentes anomalías o errores. Así, las barras de Aragón son cuatro, entonces: ¿por qué estos artesanos hablaban de dos? Olvidadas las dos barras del 1300, ellos seguían repitiendo la fórmula:

«Les barres d´Aragó: La barras de Aragón. Dos listones de madera delgados con agujeros que entran en los banzos del bastidor» (Escrig: Dicc. 1887, p.269)

Las barras rojas y amarillas se repetían en número indeterminado para rellenar amplias superficies de gualdrapas de caballos, tiendas reales de campaña, velas de barcos, grandes banderolas, etc. La transición de las dos barras rojas de la vieja señera del rey a cuatro no fue instantánea, como en la actualidad sucedería. Los reyes de armas y heraldistas estaban deconcertados y, buen ejemplo de ello, es cuando en Zaragoza se preparaba la coronación de Fernando I en año1414. A Juan Mercader, Bayle de la Ciudad y Reino, se le encarga que adquiera tejidos rojos y amarillos para las banderas reales del acto, pero el prudente Bayle, desconcertado, no sabe qué hacer ¿usa las dos barras de la antigua señera , o las novedosas cuatro? Es la pregunta que transmite a la cancillería del monarca: “¿Cuántas barras serán las rojas y cuántas las amarillas, y qué ancho cada una de ellas?(9)

7El papa Liberio, en la mañana del 5 de agosto del año 352, indica el perímetro que ocupará la basílica de Santa María la Mayor sobre el templo pagano de Cibeles. El conopeum de barras rojas y amarillas, usado décadas antes por el emperador Constantino, se ha transformado en insignia de la Iglesia. Aquellas imperiales barras rojas y amarillas son raíz de la actual Real Senyera que, a partir del siglo XIV, incorporaría la corona de reino sobre azul heráldico, además del Rat Penat de plata en el extremo del asta, donde los medievales signíferos de la Iglesia portaban la cruz sobre el conopeum.

 

 

 

 

________________________________

1 Manjarrés, J. : Arqueología cristiana, 1867, p.158
2 Ceremonial con que se solemnizará la elevación de la Santa Iglesia Catedral de León a la dignidad de Basílica, León, 1921.
3 Manjarrés: Arqueología cristiana, 1867, p.218.
4 Mexia, F.: Nabiliario, 1492, L. III, cap. XVIII.
5 Martigny: Antigüedades cristianas, 1894, p.193.
6 Santa Biblia, traducida de la Vulgata, 1852, p.469.
7 Villoslada: Hist. de la Iglesia, tomo II, p.326)
8 Doménech, Lluis: Ensenyes, 1936, p.25)
9 Archivo Corona de Aragón: Reg. 2.404; fol. 55v.
  • Ricart Garcia Moya es Llicenciat en Belles Arts, historiador i Catedràtic d'Institut de Bachillerat en Alacant.