El idioma valenciano y LA DAMA DE VILLAFAMÉS

El grabado llama la atención por el traje de dama valenciana del siglo XVII, época en que escasea la documentación gráfica sobre la indumentaria burguesa femenina en el Reino. Nuestra protagonista, Vitoria Gavalda Zorita, nacida en Vinaroz en 1653, no tenía que trabajar los campos ni cuidar aves; sin delantal, viste traje bordado con motivos florales, lazada y ajustadas mangas acabadas en discretas puntillas. Austera, sin peineta ni agujas, el atuendo lo complementa una pequeña mantellina festoneada de encaje. Hay que advertir que no todas nuestras antepasadas eran tan recatadas en el uso de la seda, el lino y la muselina.

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La mayor parte de su vida discurrió en el palacio del Bayle de Villafamésactual Museo de Arte Contemporáneo- por su matrimonio con Baltasar Mas, que ejercía tal cargo. La vida de esta valenciana hubiera quedado en el olvido si el obispo de Tortosa, en 1697, no hubiera recomendado el traslado de su cuerpo “del sepulcro común a otro más decente” en la iglesia de Villafamés. Por su parte, el desconsolado Bayle editó una biografía de su esposa con el grabado de “su verdadero retrato”.

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La sensibilidad y elegancia de Vitoria (el biógrafo escribe indistintamente Victoria, Vitoria) era tan acentuada que, por ejemplo, le horrorizaban “los trajes espantosos” (p.21) del diablo que se le aparecía por las estancias del Palacio del Bayle. La dama de Vinaroz no soportaba a este ser que, alterando la tradicional iconología satánica, se presentaba con indumentaria estrambótica. Despectivamente, Vitoria llamaba “diantre” (p.13) al desastrado ente del Averno que, estéticamente, encajaría en actual museo.

La biografía semeja un tratado de valencianismo. El autor, con orgullo, recuerda la visita a Roma y la emoción de observar en:

San Juan Laterano la lápida donde yacen las cenizas de un valenciano” (p.6)

Con parecido sentimiento, escribe:

«Murió, Señores, en esta Real Villa de Villafamés doña Vitoria, pero vive su noticia en todo el Reyno de Valencia» (p.6)

Como podemos comprobar, no existían dudas en 1697 sobre el gentilicio de los nacidos en Vinaroz o Villafamés, ni tampoco respecto al título del territorio; pero, ¿y respecto al idioma? Doña Vitoria hablaba el idioma valenciano, no el catalán. El biógrafo recuerda que, “graciosa”, decía estas frases (que el cajista impresor salpicó de acentos caóticos):

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«estas palabras, en nuestro Idioma Valenciano: Haveù vist lo Sant Gloriòs quin tal estava yà de torbat, pues yà volìa pendre el fardet al coll , y anarsen?» (p.22)

Aquí comprobamos que hasta los valencianos más septentrionales eran conscientes de la posesión de una lengua propia, “nuestro idioma valenciano”. El biógrafo, culto franciscano conocedor del latín y de la lengua hablada al norte de Tortosa, mantenía el clásico recurso morfosintáctico de agrupar infinitivo y enclíticos; es decir, en lugar de la aparatosa solución ideada por los filólogos catalanes del XIX, que daría ‘anar-se’n’, los valencianohablantes anteriores a 1707 agrupaban verbo y pronombres , ‘anarsen’, en construcción más lógica que la inmersora.

Observen que la valenciana de Vinaroz usaba la conjunción “pues”, no “doncs”. De igual modo que se introdujeron galicismos e italianismos, este derivado del latín ‘post’ formaba parte del idioma valenciano desde el 1600. Con mayor derecho, aunque la inmersión prohíba la morfología verbal valenciana ‘pendre’, el biógrafo la utiliza, de igual modo que se hizo desde el Liber Elegantiarum (a. 1472 ) hasta nuestros días, ya que ‘prendre’ es chapuza catalana del 1900, implantada por el círculo de Jaume Massó y Pompeu Fabra.

En la transcripción de las frases de Vitoria al lenguaje escrito encontramos el uso indiscriminado del acento grave, y cierta vaguedad en el comienzo de la oración interrogativa. Es decir, al inicio no figura el signo de interrogación, tosquedad ofertada por la inmersión cual si fuera un triunfo del cientifismo lingüístico, cuando sólo es un regreso al pasado, ya que las lenguas peninsulares padecieron esta carencia hasta el siglo XVIII. Así, los escritores madrileños coetáneos de Vitoria Gavalda escribían:

«le preguntò el tal figura: que hay señor amigo?» (Santos, Francisco: El no importa de España, Madrid, 1668, p.26)

La lengua valenciana, para delimitar la unidad melódica, incorporó signos de interrogación al principio y fin de la frase interrogativa, aceptándose esta norma hasta tal punto que, en 1840, la usaban incluso escritores populares como Bonilla:

«y el president preguntá: ¿ tots tenen el dit en alt?» (El Mole, 1840, p.173)

Y, ya en en el siglo XX, hasta colaboracionistas como Sanchis Guarner:

«¿La collita bona, enguany?» (Sanchis Guarner: Gramàtica, Barcelona, 1993, p.139)

Los escritores peninsulares -fueran en lengua valenciana, castellana o catalana- tampoco regularizaron los signos de interrogación y exclamación al inicio de la frase hasta el siglo XVIII. El citado novelista madrileño escribía:

«O que gentil figura para un escaparate!» (Santos, F.: El no importa. Madrid, 1668, p.26).

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Han pasado más de tres siglos desde que Doña Vitoria Gavalda alegraba el Palacio del Bayle; y todo indica que el espíritu de nuestra elegante burguesa –muerta a los 44 años- no encontrará reposo en el actual Museo de Arte Contemporáneo. La que criticara en vida la inelegancia de los «espantosos trajes del diantre», hoy observará inquieta los ridículos Tapies en sus muros; y la que hablaba el gracioso idioma valenciano, escuchará guturales y pretenciosos amb, doncs y desenvolupaments. Puede que hasta el diantre, normalitzat con un curset, deambule nocturnamente esbozando pasos de sardana entre sillares centenarios.

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  • Ricart Garcia Moya es Llicenciat en Belles Arts, historiador i Catedràtic d'Institut de Bachillerat en Alacant.