Opinión

Por qué perdimos la guerra

Artículo de Alfonso Basallo – Escritor y periodista

Si en el 15-M de 2011 nos hubieran dicho que los perroflautas terminarían cambiando la acampada de la puerta de Sol por los escaños del Congreso nos hubiéramos carcajeado.

Cuatro años han bastado para que se nos hiele la risa al ver como los del Basta Ya y su traducción política, Podemos, saltaban de la barricada de Sol o de la pocilga complutense al hemiciclo, dando un espectáculo tan patético como el desfile de orcas de esta semana, tan de vergüenza ajena como la pantomima de la señora Bescansa o tan grimoso como las lágrimas de Pablo Iglesias.

Porque lo peor no es sólo la exhibición de gañanismo de los podemitas, su falta de educación y su alergia a vanidades tan burguesas como el jabón o el desodorante. Lo peor no es su feísmo -aunque el pelo pincho y la mugre sean toda una declaración de intenciones-; sino lo que nos harán si terminan gobernando.

Guerra contra la concertada

Vicent Marzà, conseller de Educación, declaró la guerra a la enseñanza concertada nada más tomar posesión de su cargo. Lo hizo con la desafortunada declaración de que “se ha acabado la barra libre para la concertada”. O llegó al cargo con ese fin prioritario y sectario, o seleccionaron a Marzà en Compromís para llevar a cabo esa tarea, que en el fondo es lo mismo. Con la cantidad de retos y mejoras que existen en la enseñanza, es asombroso que centre sus energías en ir contra un importante y democrático sector educativo, que existe porque así lo quieren los ciudadanos, pues de lo contrario no tendría el peso que tiene en la sociedad.

Sobre la vida

No lo recuerdo pero me lo contaron, cuando llegue a este mundo, lo hice de un modo rebelde, ¡no quería salir de mi zona de confort donde había estado tan a gustito y todo era fácil!, venia de espaldas al mundo. Al final, el medico que asistió a mi madre no pudo por menos que cogerme de un brazo y en un gesto violento hacerme salir con la consiguiente rotura del mismo, salí pero no respiraba, pensaron que había pasado demasiado tiempo, era tarde, pero después de un buen rato y de manera sorprendente, llore y respire profundamente esta vida, la de aqui fuera.

El hecho de vivir entraña riesgo y un reto a la vez, que a veces el ser humano no quiere asumir, como yo ya desde mi primer contacto con el mundo real.

También es la hora de Ciudadanos

Mucho hemos escrito y hablado de que es la hora del PSOE, apelando a su responsabilidad como partido en la inédita situación parlamentaria española que se ha producido tras el 20-D. Pero Ciudadanos tiene, también, su hora en estos momentos, en que ha de primar la responsabilidad de Estado, por encima de tácticas y personalismos.

Albert Rivera ha declarado que ve al PP con un programa obsoleto, y al PSOE sin programa. Haciendo equilibrios continuamente, Rivera ha de ser consciente de que jugar a ser el fiel de la balanza con todos tiene muchos riesgos, para él y para Ciudadanos.

En el PSOE, al que acusa de no tener programa, es evidente que está primando el afán de Pedro Sánchez de ser presidente del Gobierno por encima de casi todo, o de todo. En el partido han intentado pararle los pies, porque los pasos de Sánchez a la desesperada pueden hundir todavía más al PSOE. Está por ver qué sucederá en el Comité Federal del 30 de enero.

La infidelidad de Puigdemont

La política todo lo aguanta, y se comprueba de nuevo. Si siempre hemos entendido la democracia como “un ciudadano, un voto”, Puigdemont ha pronunciado la falacia de que él quiere ser fiel al pueblo catalán. Mayor demagogia no cabe, pues él es infiel.

Carles Puigdemont, nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña, parece habituado al juego de palabras, y también a vaciarlas de sentido. Su afán secesionista, y el de los partidos que propugnan la independencia catalana respecto a España, puede llamarse de muchas maneras, pero en ningún caso como reivindicación democrática a la que ser fiel como gobernante.

También recuerdan las palabras de Puigdemont el adagio “dime de qué alardeas, y te diré de qué careces”. Presumir de fidelidad democrática en su caso es bochornoso, cuando en las elecciones autonómicas catalanas ha quedado patente que la mayoría de los ciudadanos no quieren la independencia.

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