Un PSOE “podemizado”

La realidad del PSOE inquieta al propio PSOE y a toda la sociedad española. Su naufragio es de tal envergadura que tiene ante sí la nada desdeñable tarea de redescubrir y volver a escribir su propia identidad. Si su fundador, Pablo Iglesias, que en 1879 lo alumbró, levantara la cabeza, su asombro sería máximo.

En 1979, en un congreso extraordinario, el PSOE renunció al marxismo. Fue una fecha clave para el partido, se optó por un centro izquierda moderado, cuando ya el marxismo a nivel mundial era rechazado, ocultado, incluso con vergüenza por las consecuencias que había tenido en diversos países, y que no es preciso recordar.

El PSOE se desangra, en parte por la irresponsabilidad de Pedro Sánchez, que antepuso su ambición personal a los intereses de su partido y de España. Sin embargo, no hay que ser simplista, y achacar la deriva socialista únicamente al exsecretario general.

Llamas en el PSOE

La asombrosa realidad del PSOE es tal que, cuando se publiquen estas líneas, puede haber algún elemento relevante o sorprendente en el devenir socialista. Con la dimisión de Pedro Sánchez, su decisión de seguir como diputado en el Congreso y de presentarse a las primarias, quien le dé totalmente por muerto se equivoca. Su ambición, su “ego”, alimentado por el su mujer, Begoña Gómez, no se han apagado. No es un adiós, sino un “hasta la próxima”, y esa próxima no sabemos cuál puede ser. Siguen las llamas en un partido fundado en 1879.

Tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias se están ahora tirando de los pelos, más bien de la coleta en el caso de Iglesias. Si hubieran llegado a un pacto, ahora Sánchez estaría en la Moncloa: pero se empecinó Iglesias en apoyar el independentismo y ciertos postulados radicales que asustaban -y asustan-, y el pacto no fue posible, pese al desmedido afán de Sánchez de llegar a la Moncloa, jaleado en todo momento por Begoña, su mujer.

Apunts històrics del teatre valencià (I)

L’escassea de documentació històrica a disposició del públic, la poca atenció que a nostre teatre se li ha dispensat a lo llarc del temps per part de les autoritats culturals, junt a la relativa carència de texts o referències escrites arribades fins a nosatres, fa difícil expondre al llector interessat lo que en realitat ha supost el fet teatral per a nostra societat valenciana, i lo que ad ella en quant a cultura li ha aportat. No obstant, i per fortuna, no tot ha segut obscuritat a lo llarc del temps per a la nostra escena.

Si en l’inici d’estos apunts tenim en conte la màxima de que “començar pel principi” sol ser la millor manera d’explicar un fet, bo serà que adoptem una forma un tant cronològica en la present redacció, mes que a lo llarc dels apunts, de volta en quan siga precís o un tant aclaridor, tornar arrere per a desenfosquir algun tema que ho precise. En permís, puix, anem al principi.

La necedad y su imperio

Cuando reflexionamos sobre el mundo de los hombres y su espectáculo, la impresión negativa que se recibe no es principalmente su egoísmo y maldad, sino su estupidez masiva. Es cierto que los hombres somos egoístas y malos, pero sobre todo somos estúpidos y necios, y la estrecha unión de ambos comportamientos nos hace del todo incorregibles. La necedad es la ignorancia pretenciosa y prepotente que no es consciente de que carece de adecuados conocimientos, sino que opina con osadía de todo sin tomarse la molestia de informarse de nada. Y es esto lo que la hace reprobable. Mientras que la ignorancia no es por sí misma un mal moral sino más bien una carencia, la necedad implica una actitud de imprudencia temeraria, de impermeabilidad a la corrección, y de comportamiento irresponsable. El necio se hace un malo incorregible.

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