Castellón pasa hambre
Las consecuencias de la crisis sanitaria a causa de la epidemia son múltiples y dolorosas. La más grave, sin lugar a dudas, la pérdida de vidas humanas, sobre todo en residencias de mayores, cuyas causas duelen todavía más, porque no se actuó en algunas a tiempo y con los medios adecuados, pese a que era evidente que era el sector más vulnerable: si en algunas no ha habido contagios ni muertes no parece que se deba a la casualidad, sino a haber puesto los medios a tiempo. La sociedad, los familiares de los fallecidos, no deben pasar página, y es algo que se resolverá en los tribunales o a través de los cauces que cada uno quiera utilizar, en memoria y en honor de los fallecidos. Negligencias laborales o sanitarias, tardanzas reiteradas por parte de las autoridades, deben ser aclaradas, también para que no vuelvan a suceder, si hay nuevas emergencias en el futuro, sean del Covid-19 o de otro tipo. Nuestros mayores tienen derecho, se lo merecen, y las heridas de lo que ha pasado deben restañarse con rigor para no recaer en reincidencias.

El pasado lunes, 18 de mayo, Fernando Giménez Barriocanal, vicesecretario para Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal Española, pidió en rueda de prensa a los católicos que fueran generosos en sus donativos, para pagar el sueldo del cura y las instalaciones, ya que “la Iglesia no vive del aire”. Al estar los templos cerrados por el Estado de Alarma, no ha habido colectas. Fernando Giménez sugirió, también, fórmulas para efectuar donativos que comprometan más que donar esporádicamente, como aportaciones periódicas, al igual que se está suscrito a plataformas de televisión o música. La pandemia ha provocado, entre otras cosas, casi una total ausencia de donativos, y fue un “toque” realista, muy oportuno, en la línea de que los católicos se comprometan más a sufragar los gastos de las iglesias.