Un derecho natural inviolable
Grandes conflictos se avecinan en nuestro país, desde hace muchos años, en torno a cuestiones sobre laicidad y laicismo. Por eso conviene plantearse preguntas como: En un estado democrático, ¿Pueden los edificios públicos albergar símbolos religiosos? ¿Pueden los colegios públicos tener crucifijos en las aulas? Y dentro del ámbito educativo, ¿Puede impartirse enseñanza religiosa en los colegios de titularidad estatal? ¿Pueden los profesores y los alumnos en esos colegios portar símbolos religiosos? ¿Pueden estos símbolos religiosos ser portados por ciudadanos particulares en las empresas privadas que exigen uniformidad en el vestuario? ¿Puede un crucifijo presidir las reuniones de una corporación municipal? ¿Puede un cuartel de la guardia civil albergar una imagen de la Virgen del Pilar? ¿Puede una reunión militar finalizar con el canto de la Salve marinera? ¿Puede un médico de la seguridad social negarse a practicar abortos?


Los profundos cambios que está experimentando nuestra sociedad se extienden a todos los ámbitos, y uno de ellos es el de la infancia. Los niños de hoy son, por supuesto, muy distintos a los de antes porque el contexto social y cultural es también muy distinto; pero de lo que no nos damos cuenta es de algo mucho más grave: en nuestra sociedad, el concepto y realidad de la infancia está desapareciendo. Por más que su edad nos diga lo contrario, los niños de nuestra sociedad ya no son niños, porque su forma de comportarse no se corresponde al estereotipo de la infancia que siempre hemos conocido. Lo propio de la infancia, su principal signo de identidad, es la inocencia, y es esto precisamente lo que está desapareciendo del alma de nuestros niños. El sociólogo americano N.