El mito de las grandes palabras
En nuestra sociedad, las grandes palabras de libertad, democracia y progreso figuran en el frontispicio de todas las instituciones y de todas las mentes: son pronunciadas miles de veces cada día por los políticos y por los no políticos; ocupan la mayor parte del espacio cultural en los medios de comunicación, y son referencia obligada de cualquier discurso, sea éste del signo que sea. ¿Quién no acude a estas palabras como supremo y a menudo único argumento en debates, discusiones o acusaciones? ¿Y quién no se siente intimidado y hasta amenazado de marginación cultural o social, cuando su pensamiento o proceder son sospechosos de no ajustarse al “talante” progresista y democrático? Porque hoy en día, el problema a dilucidar y debatir no es si algo es verdadero o falso, justo o injusto, bueno o malo, sino si es o no es democrático y progresivo: he aquí el único criterio para juzgar pensamientos y acciones, tanto en la vida colectiva como en la individual.

Ahora las cosas son diferentes. Para ayudar a los huérfanos de militares, que de por sí ya sufren un gran trauma en su vida con la pérdida de su progenitor, el Patronato de Huérfanos ya no les ofrece un colegio donde seguir sus estudios, muchas veces lejos del hogar familiar. En la actualidad, les ayuda mediante unas prestaciones económicas según los estudios que cursan y sus vicisitudes personales. Pero durante muchos, muchísimos años, se les ofrecía ingresar como alumnos, normalmente internos, en colegios de huérfanos adquiridos y mantenidos con las aportaciones de todos los militares y alguna que otra donación o subvención de egregios benefactores.