La espontaneidad contra la norma

Al analizar una crisis, lo más importante es determinar la actitud de fondo que la produce. Actitud, preciso es decirlo, que suele estar oculta y subconsciente, y que hay que ponerla a la luz si queremos comprender el sentido global de sus múltiples manifestaciones. Y este es el tema que ahora nos ocupa. La honda crisis que el catolicismo viene padeciendo desde hace algunos lustros ha sido analizada desde muchos ángulos, pero no se ha llegado a desvelar, creemos, la actitud que está en su base. Es ya un tópico decir que se trata de un cambio de mentalidad para adecuar a la Iglesia a una nueva situación histórica; la crisis, en este supuesto, sería la convulsión inevitable de todo reajuste. Esta tesis, aparte de encerrar un juicio positivo sobre la crisis —y seguramente por ello—, parece ignorar lo más importante; a saber, que la crisis está producida por una tendencia incontrolada hacia la liberación, por un talante vital que poco tiene que ver con la mentalidad renovadora.

Hablar en público, asignatura pendiente

Ahora que está reciente el informe PISA sobre la calidad de la educación y la mejora en algunos aspectos de los estudiantes españoles, sigo echando en falta una mayor preparación sobre cómo hablar en público, ya desde la adolescencia, por poner una referencia.

Siempre he agradecido que en el centro escolar donde yo estudiaba el profesor de Lengua daba importancia a expresarse en público, no sólo a leer y escribir con corrección, que ya es algo muy importante. Y como parte de la asignatura exponíamos cada uno diversos temas, y luego se hacían observaciones por parte del resto de los alumnos y del profesor.

Seguro que yo puedo mejorar mucho en cómo expresarme en público, pero las lecciones de aquella época de mi vida me han ayudado mucho: valorar algo y dedicarle un tiempo ya es una inversión rentable para toda la vida. Y cuando se comprueba su eficacia, se cuida mejor.

Defensa de la Constitución

El ocho de julio del año 1808, don José Napoleón, “por la gracia de Dios, Rey de las Españas y de las Indias”, nos regalaba nuestro primer texto constitucional. Era una carta otorgada y por eso digo que nos regalaba, porque los españoles no contamos para nada en su elaboración. Nuestro primer texto constitucional. Han pasado 205 años, y desde entonces diez textos legislativos de rango superior han tratado de regular nuestra convivencia política con mayor o menor fortuna, sin contar el proyecto de constitución federal de la I República del 17 de julio de 1873 (por cierto, ¿sabían los nacionalistas de todo pelaje que el preámbulo de esa constitución federal reconocía sin ningún tipo de complejos a la nación española?).

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