La politización de la cultura
Uno de los fenómenos más típicos de nuestra época lo constituye, sin duda, la invasión de la política en todas las manifestaciones de la cultura. El hecho, por universalizado que está, no deja ser una extraña confusión; porque la política ya no se limita a su campo específico —esto es, a lo propiamente político, a lo social, a lo económico— sino que se erige en criterio de verdad y de error, de bien y de mal para toda clase de ideas. Esto explica que la contestación actual a la cultura sea tan radical y virulenta. En efecto, lo propio de la política es el espíritu partidista y las alternativas radicales. Cuando se lleva a terrenos que no son suyos, nada extraño es que las fobias políticas impidan el ejercicio neutral de la razón. Esta deja de ser equilibrada, condición indispensable para hallar la siempre difícil verdad, y se torna esclava sumisa del ideal político.

El mayor pecado de nuestro siglo es haber perdido el sentido del pecado”. La famosa frase del Papa Pío XII es un profundo diagnóstico de la situación moral de nuestra época que nos explica, desde su misma raíz, la actitud de innumerables hombres hacia la religión y hacia la ética. En este tema, lo que distingue a nuestra época de cualquier otra es una actitud mental. El pecado y la fragilidad moral es inseparable de la condición humana, pero antes se tenía conciencia de culpabilidad, y ahora se ha perdido esa conciencia. Tal situación, mírese desde donde se la mire, reviste una inmensa gravedad, porque no se trata de un simple cambio cultural o social, sino de la misma conciencia del hombre, de su ser más íntimo y personal. Muchos valores de la ética, sobre todo los que regulan la dimensión íntima, han desaparecido del universo moral de nuestros contemporáneos.