La sociedad permisiva
Desde hace unas décadas, la permisividad moral en las sociedades democráticas aparece como un proceso imparable y acelerado. Se permite todo o casi todo en nombre y defensa de la libertad humana: ya no hay límites, porque nuestra idea de la libertad no quiere tenerlos, y ya no hay escándalos, porque lo impúdico es público y se ha convertido en algo normal. La eliminación de barreras no sólo se da en el ámbito de la sexualidad, sino que se ha extendido a toda clase de comportamientos, por inmorales y detestables que ellos sean. En esta revolución de costumbres, el principio es “prohibido prohibir”, famoso grito de la revuelta de estudiantes en el mayo francés del sesenta y ocho. Las prohibiciones del puritanismo victoriano de finales del siglo diecinueve han dado paso a las permisiones de la sociedad consumista del siglo veinte, y hoy estamos asistiendo a un verdadero desbordamiento de las malas costumbres cuya fuerza nadie puede contener.
La pérgola
La sociedad postmoderna
En las últimas décadas, se viene empleando el término “sociedad postmoderna” por parte de filósofos, analistas sociales y periodistas, sin que el lector tenga una idea precisa de su significado. A bote pronto, nos indica que estamos viviendo una nueva época cultural distinta de la época moderna, pero necesitamos saber cuáles son sus características y las diferencias fundamentales entre una y otra cultura. Y es importante saber esto, no sólo por el interés que siempre ha de suscitar el conocimiento de la historia, sino para entender en profundidad el talante existencial y el comportamiento de nuestros contemporáneos, que a menudo nos desconcierta porque no se ajusta a nuestras ideas preconcebidas. Un nuevo tipo de personalidad, tanto en el ámbito colectivo como en el individual, ha surgido en nuestra época, y describir sus características resulta imprescindible a la hora de entender los problemas culturales, políticos e incluso religiosos del tiempo que nos ha tocado vivir.
Federico García Lorca y Jose Antonio Primo de Rivera
Jesús Cotta acaba de publicar el libro titulado ROSAS DE PLOMO(“Amistad y muerte de Federico y José Antonio”), que ha merecido el premio STELLA MARIS de Biografía Histórica.
El libro es el fruto de una impresionante tarea de investigación. Acaba con no pocos de los mitos levantados por una izquierda muy interesada en aprovecharse políticamente de la trágica muerte del gran poeta español. Pone los puntos sobre las íes, objetiva e imparcialmente.
Equilibrio Generacional
Que la experiencia es la madre de la ciencia es un dicho que, como otros muchos del refranero español está cargado de realidad. Las elecciones del pasado 26J nos han dejado un panorama político cuyos resultados dan pie a multitud de reflexiones y de cábalas sobre todo en tertulias, medios de comunicación y partidos políticos. No ocurre lo mismo con los votantes que, en estos momentos, se preocupan más por las merecidas vacaciones y el disfrute estival que por los avatares políticos y piensan que a la vuelta del mes de septiembre el puzle político estará resuelto.
Los partidos políticos que han nacido con personas jóvenes o han apartado a las personas con experiencia están cometiendo errores de estrategia política, propia de políticos con falta bagaje y experiencia, lo que nos hace ver los bandazos que unos y otros están dando según sopla el viento.
Más de ochocientos mil hombres honrados y “la derechona”
Una hipérbole dialéctica ya muy desgastada. Un truquillo de cierta izquierda es identificar al Partido Popular con la derechona. ¿Y quién o quienes forman esa derechona?. La derechona está integrada –según ellos- por los ricachones, los cavernícolas, los enemigos del progreso, los enemigos de la mujer, los franquistas, los partidarios de la vida del ser humano desde el momento de su concepción en el seno materno; los enemigos de la democracia, los que creen que el hombre es un ser transcendente… Eso es la derechona. Una derecha cavernaria y troglodita. Y ellos, en su imaginario, la necesitan para seguir viviendo. Y como no existe se la inventan. Se la inventan hasta el extremo de reivindicar una y otra vez la España de los buenos y la España de los malos; la España de los rojos y la España de los azules. Como si el tiempo no hubiera pasado.