Los prejuicios anticatólicos
En sus relaciones con el mundo moderno, la Iglesia Católica tiene muy asumido que su imagen siempre estará deformada por inveterados e inamovibles prejuicios, uno de los signos de identidad del progresismo y de ciertos sectores sociales anticlericales. El prejuicio anticatólico, sobre todo en algunos países como el nuestro, es más una actitud que una idea, ya que tiene todas las características de constante histórica que nunca cambia, independientemente de lo que la Iglesia haga o deje de hacer. Es un hecho sociológico: para infinidad de gente que sólo conoce a la Iglesia desde fuera y se hace eco de los que dominan la opinión pública, “católico” es sinónimo de cavernícola, oscurantista, opresor o cosas parecidas, sin tomarse la molestia de conocer lo que con tanta ignorancia critican.

El mayor pecado de nuestro siglo es haber perdido el sentido del pecado”. La famosa frase del Papa Pío XII es un profundo diagnóstico de la situación moral de nuestra época que nos explica, desde su misma raíz, la actitud de innumerables hombres hacia la religión y hacia la ética. En este tema, lo que distingue a nuestra época de cualquier otra es una actitud mental. El pecado y la fragilidad moral es inseparable de la condición humana, pero antes se tenía conciencia de culpabilidad, y ahora se ha perdido esa conciencia. Tal situación, mírese desde donde se la mire, reviste una inmensa gravedad, porque no se trata de un simple cambio cultural o social, sino de la misma conciencia del hombre, de su ser más íntimo y personal. Muchos valores de la ética, sobre todo los que regulan la dimensión íntima, han desaparecido del universo moral de nuestros contemporáneos.