-¿A dónde vas a estas horas?, le preguntaron una amiga en la calle, a las nueve menos cuarto de la noche, un viernes.
-“Al Corte Inglés, a comprar pilas para el ratón del ordenador de mi hijo“
-“¿Y has salido de casa sólo para eso?
-“Hija, es que lleva una hora dando la murga, y ya con tal de no oírla…”
Actualmente, cuando los padres nos enfrentamos a la tendencia natural de los hijos a la impaciencia, a querer las cosas en el momento, la firmeza brilla por su ausencia, y hacemos concesiones tan ridículas y poco educativas como la del ejemplo real del inicio.
Los hijos no son tontos, y se dedican a tantear hasta dónde pueden llegar con sus padres en el afán por satisfacer inmediatamente sus deseos. “Con mi madre hago lo que quiero –decía con desparpajo una niña de 6 años a su profesora–: me pongo a llorar, y me da lo que le pido”.