Opinión

El poder de una conversación

Soy profesora de una asignatura que me apasiona, que se imparte en el ciclo formativo de grado superior de Finanzas, “Comunicación y atención al cliente“. Me llama mucho la atención como atienden mis alumnos cuando les proyecto la conferencia de Álvaro González-Alorda, que hoy quiero compartir con vosotros (y que podéis ver y escuchar en el video del final de este articulo).

“Escoge una conversación que tengas pendiente… ¡y transfórmala en inspiradora!”. Así acaba la charla de Álvaro González-Alorda. Comparto con él -y así lo explico en mis clases- que para que nuestra conversación sea realmente inspiradora necesitamos capacidad de argumentación pero, antes que nada, mucha empatía para conectar con la persona.

Varios son los puntos fundamentales que explica en su conferencia:

Los nuevos movimientos contestatarios

Uno de los aspectos de la llamada “cultura de la postmodernidad” en la que estamos inmersos, es la proliferación, verdaderamente notable, de movimientos de ideología contestataria: desde ecologistas hasta “okupas”, las organizaciones que se oponen al “sistema” se cuentan por decenas y ya forman parte del habitual paisaje cultural y político de nuestro tiempo. La contestación social pertenece a la misma esencia de la historia humana, y es perfectamente natural que existan acusadores radicales y activistas extremos en el seno de una misma sociedad. Pero es significativo que estos movimientos contestatarios hayan surgido con fuerza en los últimos quince años, inmediatamente después de la caída del muro de Berlín y del desmoronamiento del mundo comunista. Ya no intentan cambiar revolucionariamente la sociedad, porque la revolución ha fracasado en todo el mundo, pero sí intentan desgastar el sistema haciendo un frente de constante lucha allí donde existen especiales problemas o conflictos.

La estupidez que nos invade

Cuando se ven muchas manifestaciones de la gente, tal como a diario aparecen en los medios de comunicación, las personas sensatas no pueden menos que indignarse, no tanto por las inmoralidades que les es dado a contemplar, cuanto por las estupideces que tienen que padecer. Palabras y comportamientos estúpidos son parte de la condición humana, por supuesto, pero una característica de nuestro tiempo es hacer de la estupidez un derecho que se ejerce diariamente, sin control ni autocontrol, a través de los medios, pues esta es la forma en que entendemos la democracia.

Insumisión

“Nadie se nos montará encima si no doblamos la espalda” (Martin Luther KING).

Como decía anteriormente al hablar de la “indiferencia”, muchos piensan si en la actualidad hay bastante gente que se pregunta si la indiferencia es la solución, el gran escudo que con frecuencia el hombre se da a sí mismo para “pasar” y protegerse de los problemas de su tiempo, para no resolverlos, para no complicarse la vida ni comprometerse con nadie, para disfrutar plenamente de su libertad.

Políticamente incorrecto

En esta última década, el periodismo ha puesto en circulación una palabra para calificar aquellas ideas que son aceptadas o rechazadas por el sentir político y social automáticamente, sin necesidad de reflexión o valoración racional alguna: lo “políticamente correcto” o lo “políticamente incorrecto”. Decir que tal o cual opinión no es políticamente correcta, equivale a decir que suscita escándalo y rechazo en el pensamiento mayoritario e impositivo de nuestra sociedad. Es un calificativo muy acertado, ciertamente, porque hoy la política tiende a invadirlo todo, inclusive el ámbito íntimo y autónomo del pensamiento de las personas. Y ello puede ser letal para el ejercicio de la verdadera democracia.

Cuando una determinada idea resulta “correcta” o “incorrecta”, quiere ello decir que, de hecho, se ha impuesto en la sociedad una ideología totalitaria, a pesar de que se proclame el principio sagrado del pluralismo, y que, también de hecho, la libertad de pensamiento se encuentra restringida en su ejercicio, por más que se diga continuamente lo contrario.

La Indiferencia

“Las montañas siempre han hecho la guerra a las llanuras” (Víctor Hugo)

El andar por las llanuras de un huerto de naranjos –sobre todo en primavera- es siempre un placer. Normalmente también paseamos más cómodamente por las llanuras que por las pendientes y repechos, sobre todo si somos de edad avanzada. Las llanuras, a veces, son impracticables, nos encontramos con vallas, setos y acequias que dificultan nuestro movimiento al caminar; otras son peligrosas como las grandes llanuras de bosques y huertos naturales o urbanas, éstas últimas las “peores”, en las que el tráfico rodado atentan contra nuestra integridad o “libertad” de movimientos.

Los indecisos ante el 26-J

En las diversas encuestas que se han publicado sigue llamando la atención el número de personas que no saben si irán a votar o que no saben a quién votar, un 33%. Hay que tener en cuenta que tal vez tienen sobrados motivos, por el alejamiento hacia los políticos que ha ido aumentando en nuestro país, por las maniobras de pactos postelectorales tras el 20-D, por la sensación de que incluso los partidos emergentes como Ciudadanos y Podemos caen en prácticas autoritarias.

Engaños y desengaños

Dice Gracián que “entramos en la vida engañados y salimos de ella desengañados“, y así es, en verdad, porque esta triste experiencia la tenemos todos los humanos y es la principal lección que nos enseña el paso de las cosas y de los años. Las ilusiones tienen vida corta, y aunque se suceden unas a otras con mucha facilidad, la mayor parte de ellas están destinadas a desaparecer, o en el mejor de los casos, a perder la fuerza que antes tenían por el desengaño que ineludiblemente nos viene del conocimiento de los hombres y de la vida. Pero esta experiencia universal nunca debe llevarnos a un pesimismo derrotista, sino, más bien, a un sabio realismo: el desengaño nos hace ver qué podemos esperar o no esperar de los hombres, dónde está la verdad y dónde la mentira, y cómo debemos orientar nuestra vida en orden a realizar un bien perdurable que no dependa de engañosas ilusiones.

Rajoy o Iglesias

El Debate a 4 del pasado lunes por la noche respondió a lo que se espera el 26-J, con una reiteración en las encuestas que deja poco margen de dudas –aunque las encuestas, encuestas son, no lo olvidemos, incluida la del CIS– y plantea dos opciones de gobierno en España: Mariano Rajoy o Pablo Iglesias. Y la imagen de un Pedro Sánchez abatido. Los cuatro líderes se adaptaron a esa perspectiva, incluido Pedro Sánchez, que asumió su rol de “acompañante” de alguien, pero lamentándose una y otra vez de no haber sido presidente del Gobierno por la postura de Podemos. Sánchez estuvo triste, lento, descolocado, tal vez muy consciente de su tren.

Según qué medio de comunicación se “visualiza”, el ganador del debate es Rajoy o Iglesias. El perfil de los lectores de cada medio puede ser determinante, o la movilización internauta de los dos partidos en liza, el PP y Podemos. En lo que coinciden los medios de comunicación coinciden es que Pedro Sánchez es el que peor estuvo, el perdedor sin paliativos.

Mestizaje cultural

Mi padre, una vez terminada la guerra civil, se dedicaba al comercio frutero. Solía vender en los pueblos vecinos de la provincia de Valencia (las dos algimias, Torres Torres, Estivella, Albalat dels Taronchers, etc) los productos inapreciables de la vega segorbina y en los pueblos citados compraba en rama la excelente uva moscatel que revendía en el mercado de Segorbe. Con este motivo le acompañé varias veces. Aquellos viajes me descubrieron a otros valencianos, con los que mi padre mantenía relaciones muy cordiales, que hablaban una lengua distinta a la nuestra. Una lengua entrañable, familiar, afectiva.

Mi padre, aunque conocía medianamente bien el valenciano, hablaba siempre en castellano. Sus amigos de Torres Torres o de Estivella, utilizaban el valenciano o el castellano, según las veces. Sin problemas. Todo en un clima de normalidad. Fenómeno que se sigue repitiendo actualmente. Tengo amigos entrañables que siempre me hablan en valenciano y yo siempre les contesto en mi lengua natal. Como entonces, en un clima de normalidad. Sin problemas.

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