El bufete ahora escandalizado con Albert Rivera
En pocas cosas coincidimos todos, y me parece una buena muestra de pluralidad. Una de ellas es que huyamos de los políticos profesionales, personas que únicamente han vivido y viven para el partido, para la política: que la política sea una etapa temporal.
El político profesional se acostumbra a cuidar las apariencias, esgrimir una sonrisa permanente –a veces, ridícula y que parece congelada, tal vez en su propia superficialidad-, estar pendiente continuamente de las encuestas internas y externas, y todo ello con una admiración o servilismo bobalicón hacia el que es en ese momento el “jefe”, conscientes de que la democracia interna es un deseo, y que casi todo depende del número 1, mientras sea número 1.
El número 1 con frecuencia quiere ese tipo de políticos a su lado: que le halaguen, que no piensen salvo en sacar votos, que le rían las gracias, que cultiven su trato-amistad con algunas comidas o cenas, y que al menos sepan apretar el botón de votación que indica el partido (no pasar por el bochorno provocado por el diputado Casero).