Cataluña sin miedo
De la multitudinaria manifestación en Barcelona el pasado domingo día 8, queda la conclusión de que los catalanes anti-independentistas, por fin, se han quitado el miedo a manifestar en las calles su postura. Es la primera gran manifestación, ya en una fase muy crítica del proceso independentista. Más de un millón según Sociedad Civil Catalana, organizadora de la manifestación, y entre los manifestantes euforia, menospreciando la cifra de los 350.000 que aportó la policía local.
Hace falta una Cataluña sin miedo, aunque en la convivencia diaria los catalanes no independentistas –que son la mayoría– han sufrido, sufren y sufrirán insultos, amenazas e intentos continuados de vulnerar sus derechos. Tengo familiares en Cataluña, amigos y colegas, que sí han sido y son valientes en esa convivencia diaria, y algunos que son independentistas no utilizan amenazas ni violencia: tendríamos que ver cómo actuaríamos quienes vivimos en otras zonas de España.



Ya sé que todos nos consideramos gente de bien y de orden, pero todos no lo son. La gente de bien y de orden es la gente que quiere paz, que su preocupación principal es el trabajo y la familia y que no tiene sueños revolucionarios, ni está con proyectos excluyentes, ni se siente dentro de una democracia madura subyugado a ningún estado opresor y lo único que pide es la convivencia, no la victoria de nada ni de nadie.
El sufrimiento es inseparable de la condición humana, y ninguna ciencia, ninguna técnica, ninguna filosofía podrá erradicarlo jamás de nuestra vida: como la sombra que proyecta el caminante en su andar, el sufrimiento nos acompaña siempre allá donde estemos, y sean cuales sean las disposiciones que tengamos. Compartimos con los animales el dolor físico; pero es exclusivo de los hombres el dolor moral, el más profundo y el que más nos hace sufrir. El animal no tiene autoconciencia, y su dolor es ciego, sin connotaciones dramáticas; el dolor del hombre, por el contrario, va empapado de la inquietud torturante del pensamiento, del sentimiento y del deseo, que intensifican el sufrimiento hasta el límite de la desesperación y de la tristeza.